Por Juan Pablo Bertazza*
Woody Allen dijo que la civilización occidental terminó cuando Los Beatles sacaron su primer single. Lo que terminó cuando Los Beatles se terminaron es igual de simbólico: una época, un sueño generacional, un momento en la Historia que quizás no vuelva a repetirse en décadas. Sin embargo, sus cuatro integrantes debieron sobrevivirse, y encararon carreras artísticas por separado. Mientras el mundo vuelve a escucharlos gracias a la edición remasterizada de sus discos, Sergio Marchi y Fernando Blanco editan The Beatlend, un libro que explora hasta el último centímetro esas cuatro vidas por separado después de aquella otra en común.
Los Beatles no representan el poder lineal de quienes siempre lo tuvieron. Representan el poder ondulante de los que vienen de atrás: la consecución del poder. No representan el poder en velocidad crucero sino la energía en movimiento de aquellos que se entregan a remar. Cuatro chicos provincianos y de clase media que, literalmente, conquistaron el mundo, dando un verdadero salto ornamental desde las primeras canciones del tipo “Love me do” hacia milagros como “Strawberry Fields Forever”. Adolescentes que se hicieron ganadores, diciendo a los cuatro vientos –entre gritos, twists y armonías– que eran perdedores; una declaración que va desde el pobre pibe al que todos le recomiendan, entre burlas, esconder su amor, hasta la inseguridad de ese tipo celoso al que, extrañamente, todos le sugerían que podía (y debía) estar con alguien mejor que Yoko Ono, pasando por supuesto por “I’m a loser” (“soy un perdedor, y no soy lo que aparento ser”). A lo largo de su meteórica carrera de poco más de siete años, Los Beatles cultivaron además esa estética chaplinesca, repleta de muecas graciosas y caminar rápido y torpe que puede verse en recitales, películas, documentales y hasta en la recreación que hoy siguen haciendo de Los Beatles sus bandas tributo. Los Beatles son antinietzscheanos: si llegaron a ser superhombres fue porque aparentaban ser cuatro chicos normales; si llegaron a ser fabulosos es porque parecían reales –ninguno era extremadamente bello, fuerte ni seductor–; si llegaron a ser héroes era porque no tenían superpoderes (salvando el único superpoder humano posible: el talento); si llegaron a ser más famosos que Jesucristo fue porque, seguramente, más de una vez le rogaron a Dios algo infinitamente menor a lo que iban a conseguir sin la intervención divina. Sus extravagancias –que revolucionaron para siempre la vida cultural, de los ‘60 a la eternidad– pronto se volvieron tan naturales que revelaron lo extravagante de lo formal. Esa normalidad que alcanza la excepción, ese fracaso que se convierte en oro, ese milagro auténticamente milagroso porque no necesita de la magia, tal vez sea lo que los volvió insuperables y lo que hizo que, ni aun cuando se convirtieron en solistas, dejaran de pertenecer a la banda. Por eso es que Los Beatles después de Los Beatles fueron, al mismo tiempo, Los Beatles antes de Los Beatles. No es un juego de palabras: una vez que se separaron, Los Beatles dejaron de contar con esa gracia de ser normales que originó tanta excepcionalidad, y dejaron de contar con esa gracia para empezar a sentir la carga que significa el hecho de haber sido excepcionales. Una vez que se separaron, Los Beatles dejaron de ser Los Beatles, dejaron de ser normales, porque ahora habían sido, eran y serían para siempre Los Beatles. Como en las apuestas, una vez que disolvieron la banda y se largaron a la aventura de sus respectivas carreras solistas, dejaron de contar con la poderosa impunidad de los que van de punto; ahora sentían la presión paralizante de los que son banca.
Sergio Marchi y Fernando Blanco –un periodista especializado en rock y un músico (Super Ratones y Nube 9) especializado en Los Beatles– tuvieron la sagacidad de ver el tremendo caudal informativo, literario y hasta incluso filosófico que albergaba el único terreno de Los Beatles que no había sido tan transitado; el patio trasero de la mansión; el espejo que ya casi dejó de reflejar imágenes porque nadie lo mira: las carreras solistas de Los Beatles luego de la separación de Los Beatles. The Beatlend constituye así una travesía por casi cien discos (entre los solistas y los de Los Beatles), repleta de anécdotas, análisis, comparaciones y detalles que seguramente se le hayan escapado hasta al más fanático. En todo caso, su gran acierto es que, a lo largo del libro, las historias de los cuatro beatles después de Los Beatles aparecen entremezcladas, relacionadas; es decir, no hay un capítulo por cada uno de los integrantes desintegrados; lo cual les da a sus páginas un estatus casi novelesco, contando la historia de Los Beatles justo al momento en que empiezan a mirar su álbum de fotos de la locura; lo que siguió escribiéndose cuando se terminó de escribir la novela, es decir, el sueño.
“La vida de estos tipos supera cualquier ficción; por eso es que este libro tiene algo de novela, porque para encontrar un argumento sólo hizo falta documentarse bien; y cuanto más cerca estábamos de la verdad, más loca era la verdad: si en 1970 yo hubiera jugado al juego de la copa para preguntarle a un espíritu si iban a volver a reunirse Los Beatles, y me hubiera contestado: ‘sí, pero con uno de sus integrantes muerto’, no lo hubiera creído”, explica Sergio Marchi quien, en plena crisis del año 2002, se animó a pensar un libro que de verdad tuviera ganas de hacer y esa búsqueda lo llevó a recorrer esos discos solistas por la sencilla razón de que conformaban la actualidad beatle cuando empezó a escuchar música, allá por el año ‘74: “Siempre me interesó lo que hacían ellos fuera de Los Beatles; cómo sonarían sin los otros, cómo buscarían sustitutos para lo que no tiene reemplazo. Pero cuando me di cuenta de que sin explicar la separación no podía seguir el libro, me desanimé y lo dejé abandonado”, explica, como si esa separación que generó la angustia de millones de personas se hubiera complotado casi treinta años después para postergar su trabajo. Al menos, llegó a contarle la idea a Fernando Blanco, quien quería reflotar el proyecto: “Yo creía que me las sabía todas sobre Los Beatles, pero me di cuenta de que Fernando sabía más cosas que yo, por ejemplo, de discografía y cronología”, cuenta Marchi sobre ese proyecto que no sólo se retomó sino que ahora acaba de concluirse.
Siempre Beatles
Marchi y Blanco se vieron obligados, entonces, a empezar su libro desde la larga y sinuosa agonía que desembocó en la separación a mediados de 1970. Porque, para complicar aún más las cosas, Los Beatles después de Los Beatles empiezan antes de que se terminen Los Beatles; es decir, el primer trabajo solista de un Beatle fuera de la banda es la banda sonora compuesta por McCartney para la película The Family Way (1967). Luego vendría un maremoto de discos solistas, algunos de los cuales –All things must pass de Harrison, sobre todo– son casi tan maravillosos como los de Los Beatles; intentos fallidos de regreso (como el casamiento de Eric Clapton, en el que estuvieron a punto de coincidir los cuatro), regresos con un integrante muerto, la muerte de dos Beatles, y todo lo que la historia se encargó de contar hasta el nueve de septiembre de este año, cuando finalmente se remasterizaron sus discos. La pregunta entonces es si algunos de Los Beatles lograron trascender o apartarse con su carrera solista de esa marca de la bestia.
“Yo creo que nunca se despegaron del pasado. Es raro porque sí lo lograron tal vez en lo musical; Harrison, por ejemplo, hizo cosas muy distintas y quizás era el que estaba menos pendiente de los otros por su fuerte religiosidad. Pero, a la vez, cuanto más beatle se vuelven es cuando mejor suenan porque lo que hicieron como Beatles no fue la fórmula del éxito sino su certificado de autenticidad. Es decir que cuando hacen algo distinto es porque se quieren alejar de ese pasado, y, como dice Moris, ‘de nada sirve escaparse de uno mismo’”, explica Sergio Marchi.
“Es verdad, yo creo que Paul y Ringo terminaron aceptando la condena de seguir siendo por siempre Beatles; John iba y venía, se olvidaba de ellos y los volvía a extrañar; pero George fue el que menos lo quiso aceptar; de hecho, poco saben que cuando muere Lennon, Harrison se queda con una culpa terrible porque habían terminado muy enojados. Canciones como ‘Number nine dream’ de Walls and Bridges de Lennon tienen un terrible aroma beatle, lo mismo pasa con el disco Band on the Run de Paul... bueno, y los últimos discos de Ringo son casi un homenaje a Los Beatles”, acota Blanco.
En busca del mejor solista
Coherentes con esa idea de que ni aun separados Los Beatles dejaron de ser Beatles, aun cuando se les pregunta por separado, los autores de The Beatlend coinciden en la imposibilidad de quedarse con una sola carrera solista. Mientras Marchi ni siquiera se cuestiona la decisión, Fernando Blanco se explaya: “No quiero caer en una respuesta obvia, pero las cuatro carreras son apasionantes. En la ecuación general es probable que Ringo salga perdiendo, pero con el tiempo demostró que el tipo es un gran artista, hizo discos brillantes y supo rodearse muy bien; Paul tiene una carrera riquísima, la más prolífica: casi 50 discos con rock and roll clásico, música clásica, experimental y de película; la carrera de Harrison es igual de interesante y arrancó con todo gracias a All things must pass, aunque después tuvo algunos baches; la de Lennon fue muy corta pero es la más densa en el mejor sentido artístico. Lo que nos llamó la atención es que los cuatro tuvieron altibajos, crisis profundas y momentos brillantes. Será porque ahora se muestran más como seres humanos, no ya como jóvenes semidioses del espectáculo: acá aparecen con sus miserias y bondades”, se apasiona Blanco, cuya convicción de que Los Beatles siempre siguieron siéndolo alcanza ribetes casi patológicos cuando confiesa que hace tiempo viene haciendo el experimento de armar CD de Los Beatles agrupando cronológicamente las cinco o seis mejores canciones solistas de cada uno de los integrantes: “Hay años en que hubieran sacado discos increíbles”, confirma.
La manzana de la discordia
Así como la diosa Eris generó la Guerra de Troya cuando decidió regarle una manzana de oro a “la mejor y más bella entre las diosas”, despertando la feroz competencia entre Afrodita, Hera y Atenea, durante mucho tiempo Yoko Ono fue considerada la principal causa de la ruptura de Los Beatles. Un papel de bruja del que, poco a poco, se fue despegando por algunos gestos generosos como el ofrecimiento de demos para hacer grabaciones y otros gestos valientes como la edición de su disco solista Yes, I’m a Witch (2007) en el que se encargó de que The Flaming Lips, Antony And The Johnsons y Cat Power, entre muchos otros, versionaran sus propias canciones, al tiempo que se reía de los prejuicios que le endilgaron. Si, efectivamente, Yoko Ono le está empezando a caer mucho mejor al público beatle, ese papel lo tomó en el último tiempo Heather Mills, quien quedó para la prensa como una serpiente que destrozó el corazón de Paul.
En The Beatlend algo de la mirada contra Yoko parece permanecer en pie.
“La historia la puso en el lugar de villana, es verdad, pero cuando ves algunos datos, eso te cierra. Yo creo que después del asesinato de Lennon, ella cambió bastante, tuvo gestos de generosidad; pero antes jugaba a ser una más del grupo, quería participar de todas las grabaciones, se sentía un par de Los Beatles y la verdad es que los otros le tuvieron demasiada paciencia. Yo creo que sin ella Lennon hubiera sido mucho más libre y, en mi opinión, su mejor período musical fue cuando estuvo sin ella. Es más, él mismo le dice a Jagger en un encuentro que tuvieron luego de la separación con Yoko, durante el cual Jagger trató de actualizarlo un poco sobre todo: ‘¿Dónde estuve todos estos años?’. Ella le presentaba a intelectuales, políticos, le hablaba de la revolución; y el pibe quería y necesitaba rock and roll. Si bien permitió que salieran cosas como el Let it be... Naked, fue una gran manipuladora con él, yo creo que lo atrajo y lo influyó tanto porque era todo lo contrario de su primera esposa Cynthia, que era una chica linda de barrio”, dice Marchi.
“Tal vez Sergio tenga una postura diferente a la mía, yo le reconozco dos caras: si bien era una mina complicada, la responsabilidad recae sobre John; él quería que lo dominaran, a él le gustaba eso; y Yoko merece un respeto no sólo por ser la mujer que eligió Lennon sino también por el dolor que tuvo que pasar con su muerte; además fue muy generosa dándole los demos a McCartney. Nunca me voy a olvidar de una entrevista en la que Lennon, con voz quebrada, le dice a un periodista que no entiende cómo se atreven, en Inglaterra, a decir que Yoko es fea; ¿qué saben ellos de eso?”, complementa Blanco.
Lo que viene, lo que queda
Ahora que Los Beatles cuentan, incluso, con un libro sobre su separación y después, ¿qué más puede venir? La olla parece haber sido rascada hasta el fondo, el limón totalmente exprimido; ¿cabe esperar algo más del horizonte beatle?
“Mirá, yo tengo la sensación de que siempre que pienso que no va a haber nada más, aparece algo; no sé cómo pero siempre se las ingenian para eso. A mí la remasterización me gustó mucho y con otras cosas tengo sentimientos ambiguos: el Let it be... Naked me pareció bueno en su momento, y ahora me resulta innecesario. Hay que separar la discografía que hicieron ellos de los satélites que son los discos y antologías que salieron después. Ah, y yo recomiendo escuchar los discos solistas de Los Beatles porque por momentos aparece el chispazo ese mágico, y hay muchos fans acérrimos a los que no les interesa”, aconseja Blanco.
“Ante todo, su legado ya está asegurado, más allá de las modas y las corrientes. Ellos pusieron un techo inalcanzable que es el Abbey Road, por algo estuvieron a punto de ponerle Everest. Después, hay un tema biológico: McCartney tiene 67 años, Ringo este año cumple 70. Todavía pueden hacer varias cosas, pero digamos que ya están jugando el complemento por muerte súbita. Voy a citar, oh blasfemia, una canción de los Stones: ‘el tiempo no espera a nadie’”, concluye Marchi.
* Artículo publicado en Pagina/12 el Domingo 3 de enero de 2010.
* Artículo publicado en Pagina/12 el Domingo 3 de enero de 2010.
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